martes, 30 de noviembre de 2010

LA NOCIÓN DE LO DIVINO EN LA POESÍA DE NEZAHUALCÓYOTL: EL DIOS DUAL QUE OCCIDENTE NO COMPRENDE


“-Nosotros procuramos salvar el alma, doctor. Esa es la diferencia –y entonces fui más allá de donde me proponía-: Usted no lo oye porque es ateo.
Y él, sereno, imperturbable:
-Créame que no soy ateo, Coronel. Lo que sucede es que me desconcierta tanto pensar que Dios existe, como pensar que no existe”.

(La Hojarasca, Gabriel García Márquez)

Dios, para algunos, es el centro y el objeto de la fe religiosa, un ser supremo que creó el universo y la humanidad. Definir a ciencia cierta las características de dicho ser es una tarea bastante complicada, dado que no se le ha visto, ni oído con certeza. A lo largo de la historia, la humanidad se ha encargado de resolver el misterio que gira en torno a la existencia de Dios, estudiándolo desde diferentes áreas de conocimiento tales como la filosofía, las ciencias exactas, las ciencias sociales, entre otras. Lo que se intenta realmente, es conseguir una base racional que argumente la fe (ya sea cristiana, musulmana, judía, budista, etc.) y que a su vez confirme y sostenga la existencia y el significado del ser humano en el mundo.

Este cuestionamiento sobre la existencia de un dios no sólo ocurre en la cultura del Viejo Mundo. También toma lugar en las culturas del Nuevo Mundo, tales como la Azteca, la Maya, la Inca, entre muchas otras. En este caso, se tendrán en cuenta las culturas que florecieron en el territorio que hoy se conoce como México, dado que su legado cultural es de gran extensión y está enfocado hacia la religión que ellos consolidaron a través de los años.

Desde tiempos antiguos, el México indígena se concentró en construir un saber acerca de los dioses, en evocarlos, en edificar enormes templos de adoración. A partir del I d.C., se comenzaron a fundar varios imperios, tales como Teotihuacán, en los que se encontraban diversos templos con inscripciones y representaciones de dioses. En el siglo IX d.C., surgió el pueblo Tolteca, el cual emigró desde el norte de México luego de la caída del imperio de Teotihuacán, a un centro ceremonial cerca de la moderna ciudad de México, llamado Tula. En él “perdurarían instituciones e ideas religiosas, como el culto a Quetzacóatl, derivadas de Teotihuacán. (…) especialmente se atribuye a ellos el culto del dios Quetzacóatl, divinidad única, amante de la paz, que condenaba los sacrificios humanos y atraía a sus seguidores a una vida de perfección moral” (LEÓN-PORTILLA: 1991, 25-26).

Entre estos toltecas surgió un sacerdote también llamado Quetzacóatl, quien se empeñó por mantener el ritual tradicional puro, y por consagrar su vida a la meditación y al culto. Dicho personaje fue de gran importancia para los toltecas, pues formuló toda una doctrina teológica alrededor de Ometéotl, un dios supremo y dual: “el sacerdote (…) señalaba cómo había que propiciar a esa suprema deidad que vivía en Omeyocan, el lugar de la Dualidad (…). El gran sacerdote tuvo que luchar muchas veces contra quienes se empeñaban en introducir otros ritos, particularmente el de los sacrificios humanos. Las discordias internas provocadas por quienes estaban empeñados en alterar la antigua religión del dios Quetzacóatl iban a tener por resultado la ruina de Tula hacia mediados del siglo XI d.C.” (León-Portilla: 1991, 27).

Los toltecas, seguidores de Queztacóatl se esparcieron por el Valle de México y dieron principio a ciudades tales como Texcoco. Este pueblo fue uno de los tantos amenazados y acechados por los tepanecas de Azcapotzalco. Sin embargo, junto con los también perseguidos aztecas, el pueblo Tolteca logró vencer a sus enemigos. El imperio azteca consiguió consolidar un pueblo de lengua y cultura náhuatl, en el que se impuso una nueva visión místico-guerrera del hombre. Al lado de este imperio, coexistieron otros señoríos (también náhuatl) que, a diferencia de los aztecas, se empeñaron por recuperar la antigua visión espiritualista de Quetzacóatl. Varios pensadores de la época se empeñaron por “encontrar el simbolismo oculto de las cosas, alejándose de los dardos y los escudos, para dar nueva vida al mensaje del gran sacerdote Quetzacóatl, que hablaba de un supremo dios único, al que sólo podía llegarse por el camino de la poesía, el simbolismo y, en una palabra, el arte.” (LEÓN-PORTILLA: 1985, 49). Un ejemplo de ellos es el gran poeta y Rey de Texcoco, Nezahualcóyotl, quien planteó una concepción de dios distinta a la de su época (similar a la del sacerdote antiguo Quetzacóatl).

Nezahualcóyotl (1402-1472) fue un noble chichimeca que reinó en Texcoco desde 1418 hasta su muerte. Durante su reinado luchó contra la tiranía de Azcapotzalco, reorganizó el gobierno y creó leyes que fortalecieron el Estado. Compuso varios cantos y poemas de gran riqueza simbólica, de los que se conservan alrededor de veintiocho, y en los que expuso problemáticas teológicas y filosóficas (León-Portilla: 1991, 103). El propósito del presente ensayo, es buscar la respuesta que este importante personaje del mundo prehispánico, le dio al misterio que gira en torno a la existencia de un dios, de un ser supremo. Ya se ha expuesto la manera en que sus predecesores (los toltecas) crearon su propia teoría teológica, ahora se analizarán las concepciones religiosas presentes en la poesía de Nezahualcóyotl junto con sus consecuencias.

Es preciso afirmar que Nezahualcóyotl concibe al Dador de la vida, (a través de su poesía), como un dios que debe ser complacido, que es omnipresente, que confiere honor y gloria, que posibilita la vida del hombre en la tierra, que les dio los Tigres y las Águilas (animales sagrados) y las flores y el canto, y que sólo puede ser alcanzado mediante el arte. Pero también es un dios misterioso, con quien no se puede entablar una amistad, que dispone de la vida de los hombres arbitrariamente, y quien posee un dominio absorbente y terrible sobre el universo. Las consecuencias de esta concepción son el hecho de volver a las antiguas doctrinas toltecas, donde se da vida nuevamente al mensaje del sacerdote Quetzalcóatl, y el hecho de mostrar un dios dual a quien hay que amar y temer a la vez. Para sustentar lo previamente expuesto, se analizarán detenidamente varios de los poemas (traducidos al español) a continuación.

Con la intención de exponer una estructura argumentativa clara y concisa, en primer lugar, se expondrán una a una las razones por las que Nezahualcóyotl afirma que es imprescindible amar al Dador de la Vida (Moyocoyatzin[1]); asimismo, se presentarán los poemas en los que se reflejan dichas razones. En segundo lugar, se repetirá el procedimiento anterior, aunque en esta oportunidad se expondrán las razones por las cuales hay que temer al Árbitro Supremo.

Una de las razones por las cuales hay que amar a Moyocoyatzin es porque él es inventor de sí mismo y de la humanidad; Nezahualcóyotl plantea una teoría de la creación en la que, por medio de simbolismos, muestra cómo el dios le ha dado a las cosas su esencia a través del color, de las flores y del canto. Esto se ve reflejado en los siguientes fragmentos:


“(…) Las inventa el Dador de la Vida,
las ha hecho descender
el inventor de sí mismo,
flores placenteras,
con esto vuestro disgusto se disipa.”

Alegraos (MARTÍNEZ: 1984, 172)

“(…) Él es quien inventa las cosas,
él es quien se inventa a sí mismo: Dios.
Por todas partes es también venerado.”

Nos enloquece el Dador de la Vida (Martínez, 189).

El más importante es el poema titulado Como una pintura nos iremos borrando, pues “de lin. 53 a 78 se habla de toda una teoría de la creación. Vale detenerse un tanto en ella”. (GARIBAY: 1993, 141):

“(…) ¡Oh, tú con flores
pintas las cosas
dador de la vida:
con cantos tú
las metes en tinte,
las matizas de colores:
a todo lo que ha de vivir en la tierra!
Luego queda rota
La orden de águilas y tigres:
¡Sólo en tu pintura
hemos vivido aquí en la tierra!”

Como una pintura nos iremos borrando (Garibay, 85).
                    
Otra de las razones por las cuales hay que amar a este dios es porque él le da a la humanidad el canto poético (la embriaguez)[2], la alegría, el deleite y el placer. Por este motivo, el Árbitro Supremo se conoce a través del arte, y no de los sacrificios (tal como lo creían los aztecas).  Esto se ve evidenciado en el poema El Árbol Florido, pues el poeta es aquel que canta, que es un árbol florido que abre su alma ante el Dador de la Vida, pero que al mismo tiempo es una creación del dios, pues fue él quien le prestó las flores, la inspiración, la alegría, el placer.

“(…) Tú te has convertido en Árbol Florido:
abres tus ramas y te doblegas:
te has presentado ante el Dador de Vida:
en su presencia abres tus ramas:
nosotros somos variadas flores”.

El Árbol Florido (Martínez, 184).

 Por último, Nezahualcóyotl afirma que es menester amar a Moyocoyatzin es porque éste es un ser omnipotente que puede ser invocado desde cualquier lugar, y por ello debe ser venerado. Es un dios que se compadece de los humanos, que es piadoso. Para mencionar estas características del dios, el poeta utilizó algunos simbolismos (tales como igualar la palabra y el corazón del dios con “puro jade[3]” y un “ancho plumaje” con el fin de demostrar la grandeza y la generosidad del mismo), dejando clara la omnipotencia y la benevolencia del creador. Esto se ve reflejado principalmente en dos poemas:


“No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí
mismo.
Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado,
por todas partes es también venerado.”

Nos enloquece el Dador de la Vida (Martínez, 189).



“¡Es un puro jade,
un ancho plumaje
tu corazón, tu palabra,
oh padre nuestro!
¡Tú compadeces al hombre,
tú lo ves con piedad!...”.

¡Es un puro jade!... (Martínez, 193).


Ahora bien, Nezahualcóyotl no sólo concebía a su dios como un ser generoso, piadoso, benévolo y alegre. En sus poemas, es posible divisar la manera en que el poeta describe a un Árbitro Supremo, poco amistoso, y que destruye sus propias creaciones a su antojo. Una de las características de Ipalnemohuani es que es dueño de todo lo existente, es dueño de la vida, y la da únicamente como un préstamo. En el poema de Los cantos son nuestro atavío, es posible ver que el dios los hace mortales para que no acaben su riqueza y sus flores:

“Si es verdad que nadie
ha de agotar su riqueza,
tus flores, oh Árbitro Sumo…
Debemos dejarlas al irnos:
¡por eso lloro, me pongo triste!”

Los cantos son nuestro atavío (Martínez, 182).

También es posible ver que el Dador de la Vida no sólo les quitará los cantos y las flores, sino que los hará vivir en el “sitio del misterio”, donde no hay vida, no hay placer, ni dicha. Si ellos desean irse o no (“llore yo o cante”) realmente no interesa, pues el Árbitro Supremo es quien decide cuándo quitarles la vida:

“(…) ¡Llore yo o cante,
en el rincón del interior de su casa
pase yo mi vida!

Ponte en pie, percute tu atabal…(Martínez, 177).

Este dios se muestra como un ser poco amistoso que no comparte su reino, pues es dueño absoluto de todo lo existente. Esto se ve evidenciado en el poema titulado El árbol florido, en el que Nezahualcóyotl afirma que el dios “solo anda tomando el trono y el solio, solo está andando la tierra y el cielo” (Martínez, 185).

Uno de los poemas más importantes, Como una pintura nos iremos borrando, (que fue mencionado anteriormente), muestra la manera en que Moyocoyatzin es el gran destructor de lo existente: “El autor de la vida pinta las cosas y las hace canto; las matiza y las hace vivir. Pero luego destruye a lo más alto de lo que en esa creación pudo haber. (…) Pero el dios los destruye: solamente vivieron pintados en la tierra. Así acaba con los más nobles. ¿De qué sirve, entonces, hacer sociedades, hermandades de príncipes poetas?” (Garibay, 141):

“(…) En esta forma tachas e invalidas
la sociedad (de poetas), la hermandad,
la confederación de príncipes,
(Metes en tinta)
matizas de colores
a todo lo que ha de vivir en la tierra.
  Luego queda rota
  la orden de águilas y tigres:
  ¡Sólo en tu pintura
  hemos venido a vivir aquí en la tierra!”

Como una pintura nos iremos borrando (Garibay, 85).  

Es posible concluir que el dios de Nezahualcóyotl es un ser benévolo, piadoso y generoso. Sin embargo, por otra parte, también es un dios poco amistoso, que destruye maravillosas creaciones a su antojo. Es un dios único y dual: el gran dador y el gran destructor, el generoso y el avaro, el amado y el temido. Podría afirmarse que el Moyocoyatzin de Nezahualcóyotl es similar al Ometéotl de Quetzacóatl. Esto quiere decir que el poeta pretendía volver a las antiguas tradiciones toltecas, en las que el sacrificio era inaceptable, y el arte y la meditación era la vía de conexión con el Dador de la Vida. No sólo pretendió volver a lo antiguo, sino que se encargó de estudiar el valor del hombre frente a la divinidad: “En realidad la actitud de Nezahualcóyotl (…), fue la de volverse a la antigua doctrina tolteca. (…) Sin embargo, tanto Nezahualcóyotl como los otros tlamatinime de los siglos XV y XVI, no fueron meros ecos de un pensamiento antiguo. También supieron pensar por su cuenta, “con flores y cantos”, (…). Se trata de una profunda meditación acerca del valor del hombre frente a la divinidad. El pensador náhuatl reflexiona acerca del enigma supremo”. (León Portilla: 1985, 139-140).  Tanto Ometéotl como Moyocoyatzin son llamados In Tloque in Nahuaque, que traduce “El dueño del Cerca y del Junto” (Martínez, 115); esta frase sintetiza a la perfección su dualidad.

¿De qué sirve conocer la noción de lo divino en la poesía de Nezahualcóyotl en pleno siglo XXI? Pues bien, la sociedad occidental, en su mayoría, está dominada por las doctrinas católicas y cristianas impuestas desde el siglo I d.C. Dicha sociedad, cree en un Dios único, omnipotente, creador, salvador, bondadoso, infinito, etc. Es el símbolo máximo de perfección, pero valdría la pena cuestionar, si perfección sólo equivale a la bondad, la piedad, el amor, y la amistad: ¿Acaso perfección no puede ser bondad, piedad y generosidad, junto con el temor, la arbitrariedad y la avaricia? ¿No es válido pensar que aquello que realmente hace perfecto a un ser es precisamente esa dualidad, esas fuerzas complementarias y armónicas que lo conforman? Pues bien, la filosofía oriental sí considera que aquello que hace perfecto al ser es la armonía entre fuerzas opuestas: el bien y el mal, el día y la noche, el hombre y la mujer. Por esta razón, a continuación se hará una relación entre Ometéotl, Moyocoyatzin y las fuerzas del Yin y Yang de la filosofía oriental.

Para ello, es menester definir qué es el Yin y Yang. Éstas, son dos fuerzas que se complementan mutuamente, y que en conjunto, forman la armonía del universo. El Yin, por una parte, es la mujer, la energía de la Tierra, lo calmado, lo que mantiene la vida, el frío, el agua, el reposo, la oscuridad, la noche, el interior del cuerpo, la fuerza centrífuga, entre otros. Contrariamente, el Yang es el hombre, la energía del cielo, lo agitado, lo que da vida, el calor, el fuego, el movimiento, la luz, el día, el exterior del cuerpo, la fuerza centrípeta, y más. Teniendo en cuenta lo previamente expuesto, es posible afirmar que el Yin y el Yang es una dualidad armónica y perfecta, pues en conjunto logran conformar el cosmos. Ambas fuerzas deben estar en equilibrio para lograr dicha perfección: cuando hay un desequilibrio, viene el caos y la enfermedad (LEAL: 2008).

El Ometéotl de Quetzacóatl también es llamado Ometecuhtli, que quiere decir “Señor” y Omecihuat, que es “Señora”, pero en realidad son un mismo ser: es madre y padre, creador y creadora, In Tloque in Nahuaque. Moyocoyatzin, Moyocoya y/o Ipalnemohuani, de Nezahualcóyotl, también son un mismo ser que debe ser amado y temido a la vez, que es generoso y es avaro, que es el gran dador y el gran destructor: In Tloque in Nahuaque. Pues bien, el carácter dual de estos dioses antiguos es aquello que los hace perfectos, pues la armonía entre las fuerzas opuestas que los conforman, los hace dignos de admiración. En el Yin y el Yan siempre ejercen dos fuerzas opuestas, un hombre y una mujer, (como en el caso de Ometéotl), y el amor y el odio (como en el caso de Moyocoyatzin), entre muchos más ejemplos. Lo importante es que “La vida como unidad se expresa en la eterna dualidad, los pares de opuestos coexisten y se entrelazan en una armonía total y completa (…)”. (Leal, 2008).

Es cierto que Ometéotl y Moyocoyatzin son deidades, y el Yin y el Yang son fuerzas. Sin embargo, valdría la pena preguntarse si estos dioses son simples figuras de adoración, o por el contrario, pueden ser aprehendidos como un principio, una fuerza, y una dualidad. Pues bien, es posible afirmar que dichas deidades sí pueden ser aprehendidas no sólo como una teología, sino como una filosofía de vida: para el pensamiento náhuatl, la tierra era el espacio donde las fuerzas cósmicas interactuaban y se equilibraban, de lo contrario, sucedía el cataclismo. Ometéotl era, de alguna manera, quien sostenía la tierra. Esto se ve evidenciado en la siguiente cita de León-Portilla: “Otra categoría, igualmente clave, es la que enmarca estas fundamentaciones del mundo en una serie de ciclos. La tierra cimentada por Ometéotl no es algo estático. Sometida al influjo de las fuerzas cósmicas, viene a ser el campo donde éstas actúan. Cuando se equilibran, existe una edad, un Sol. Entonces es cuando viven los macehuales. Mas, pronto, en un tiempo determinado desaparece el equilibrio y sobreviene un cataclismo. Parece como si Ometéotl retirara su apoyo a la tierra”. (LEÓN-PORTILLA: 1993, 110).

En conclusión, la noción de lo divino en la poesía de Nezahualcóyotl muestra al Gran Dador de la Vida como un ser dual: por una parte, es quien hace posible la vida del hombre en la Tierra, quien confiere honor y gloria, quien hace llover con amor la riqueza y la dicha que proceden de él (las flores, el canto y la embriaguez poética), quien compadece al hombre y es piadoso, y se puede invocar en cualquier parte gracias a su carácter omnipotente. Sin embargo, también es una deidad poco amistosa, que dispone de la vida de los hombres arbitrariamente, a su antojo, y que tiene un dominio absorbente y terrible sobre su creación; es el gran destructor de lo maravilloso. Este dios es bastante similar al dios Ometéotl planteado por el sacerdote Quetzacóatl en las antiguas doctrinas toltecas: un dios que es hombre y mujer a la vez, y que es igualmente dual, al ser dueño del Cerca y del Junto; In Tloque in Nahuaque. Ambos dueños son duales, únicos y omnipotentes, y son alcanzados por medio del arte y de la meditación.

El carácter dual de dichas deidades puede ser aprehendido como un principio, como la lucha constante entre fuerzas opuestas, que en conjunto forman un todo armónico y equilibrado. A diferencia del pensamiento occidental, que no acepta la contradicción como un principio lógico, la cultura náhuatl y la filosofía oriental (basada en las fuerzas del Yin y el Yang), conciben el cosmos como un equilibrio entre el bien y el mal, entre el hombre y la mujer, entre la noche y el día. Teniendo esto en cuenta, la concepción occidental de un Dios único, generoso, benévolo y “perfecto” flaquea, pues el desequilibrio conlleva al caos. Nada es totalmente bueno ni malo, lo existente es una dualidad única, armónica y equilibrada.




BIBLIOGRAFÍA



·                  Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General de Publicaciones. Historia General de las cosas de Nueva España, Fray Bernardino de Sahagún. Vol. I y III. México: Cien de México, 2000.

·                  Garibay K, Ángel Ma. Poesía Náhuatl, Romances de los Señores de la Nueva España, Manuscrito de Juan Bautista de Pomar, Tezcoco, 1582. México: Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.

·                  Leal Martínez, Rolando. “Los pares de opuestos”. (2008). Documento electrónico disponible en Internet desde: <<http://www.senderoespiritual.com/los-pares-de-opuestos/>>.

·                  León-Portilla, Miguel León. Literaturas indígenas de México. México: Fondo de Cultura, 1991.

·                  León-Portilla, Miguel. Los antiguos mexicanos. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.

·                  León-Portilla, Miguel. La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes. México: Universidad Autónoma de México, 1993.

·                  Martínez, José Luis. Nezahualcóyotl. México: Fondo de Cultura, 1984.

·                  Tomlinson, Gary. The Singing of the New World, Indigenous Voice in the Era of European Contact. New York: Cambridge University Press, 2007.
   


[1] “Moyocoyatzin que Garibay tradujo por <<Sumo Árbitro>> y León-Portilla por el <<Inventor de sí mismo>>” (Martínez, 114).
[2] “Semejante a la embriaguez de la guerra era la embriaguez de los cantos y era también otra manera de enajenación y comunicación oscura con el dios y con el mundo”. (Martínez, 97).  El Dador de la Vida le da a la humanidad el canto poético para que a través de él puedan comunicarse con el cosmos.
[3] Jade es un preciado mineral con el cual se elaboraban las herramientas, muy importante para la cultura náhuatl.  

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